Quiero contarles mi vida para que niños y jóvenes conozcan mi historia, quizás les ayude a reflexionar a todos aquellos que se encuentran sumergidos en el flagelo de las drogas.
Desnudaré mi vida y reviviré el dolor que durante muchos años atrás sentí, para que sepan que con Dios todo se puede.
Es una historia bastante fuerte. Desde muy niño, a los 12 años, comencé a consumir drogas y lo más duro: pedí dinero en las calles. Fui despreciado por la sociedad.
Mi niñez fue muy dura, me crié solo con mi mamá y mi abuela. Como tenía más hermanos, estudié hasta segundo grado de la escuela, según yo para ayudar a mi madre con la responsabilidad de los otros hermanos. Así lo hice algunos días, pero tenía un gran resentimiento con mi papá. Yo supe quién era él, pero nunca se responsabilizó de mí, ni siquiera quiso verme, eso generó un gran rencor en mi corazón que cada día se hacía más grande.
En un momento sentí que no tenía obligación de cuidar a mis hermanos, ni nada de eso, decidí para entonces refugiarme en un camino que creí conveniente. Fue cuando la chusma me recibió, como la familia que necesitaba, empecé a ver la forma de ellos, las cosas que hacían, la libertad que tenían, me gustó y me involucré. Por eso digo que es muy importante siempre la instrucción de los padres y todo lo que es académico, pero primero que todo lo espiritual: Dios es lo más importante.
Uno siempre tiene que estar ocupado en algo constructivo para no tener tiempo de pensar en lo malo, si no hay instrucción se buscan otras formas de matar el tiempo, tal como en mi caso, mi madre era mujer sola, trabajaba, yo quedaba con la libertad de hacer lo que quisiera, ese momento era donde ocupaba hacer algo y fue muy fácil buscar lo malo. Como dice el dicho “una mente desocupada es nido del diablo”, para las cosas malas sobra gente que te ayude. Ahora pienso en el tiempo que pude aprovechar en mi bienestar, lo desaproveché con los malditos vicios, esa mala decisión me costó enorme dolor, adoptar como familia la famosa chusma del momento, ellos fueron mis maestros, mi escuela y aprendí a sentirme orgulloso de lo que hacía.
Yo empecé a consumir la droga no porque alguien me embarcara, fui yo el que insistió meterme en esto por mi propio gusto y placer. Buscaba el vicio porque realmente lo quería, obligué a otro drogadicto para que me la diera para probar por primera vez un cigarrillo de marihuana, de hecho, no aguanté mucho, con poco ya me sentía acelerado y asustado. Lo hice con otro amigo, después me gustó y seguimos consumiendo. Poco después nos unimos a lo que llamábamos la chusma, donde había de todo: consumidores y vendedores.
Era tanta la necesidad que trabajaba poco y consumía mucho, no me quedó más que robar. A los 14
años empecé a distribuir droga en Río Azul, para entonces tenía trabajo en Productos de Concreto
pero renuncié, ya que lo que ganaba en 15 días en la fábrica me lo ganaba en tres días con la droga.
Durante muchos años este fue mi negocio, empecé a tener problemas ya que en lugar de venderla
me la consumía yo. Cuando tenía que pagar no tenía el dinero, los jefes me amenazaban y me
golpeaban, me obligaban a pagar la deuda con más distribución; eso era una presión enorme para
mí y no me quedaba más que salir a robar y asaltar a quien se pusiera en mi camino.
Por esos años empezó a salir al mercado la cocaína, las pajillas por lo que el negocio se intensificó y
peor aún el consumo. Casi no lo vendía por consumirla, empecé a tener problemas con la ley por
tanto robo. Por la distribución era normal estar detenido, debido a esto, incluso robos que yo no
había hecho me los achacaban a mí injustamente, uno de ellos fue a la Iglesia Católica, robo que yo
nunca había hecho, no tenía nada que ver en eso pero mi fama era tan mala que lo más fácil era
decir que fui yo.
Cada día me consumía más en el vicio, vinieron más drogas: el pegamento, las pastillas y los hongos.
Formamos un plan con mujeres, las utilizábamos como carnada para asaltar a los hombres, fue tanto
el desorden que tenía en mi vida que sin darme cuenta ya era un indigente, pues no tenía una pisca
de dignidad.
En todo esto la que más sufría era mi madre que me veía como un esqueleto, no hay forma de
describirme, usaba el pelo largo, llegaba a la casa de mi madre y familia y todo lo que se pusiera en
mi vista me lo robaba. Mi familia, con toda la razón, ya no me quería ni deseaba que llegara a casa.
Recuerdo que a mi viejita la dejé varias veces sin comer, la platica que se ganaba producto de su
trabajo se la robaba. En el momento por la desesperación no me daba cuenta de lo que hacía pero
cuando me pasaba el efecto me sentía perro desgraciado, después de varias veces de hacerlo me
daba lo mismo, se me iba haciendo el corazón de piedra, era normal robarle a mi familia y vecinos
y asaltar hasta a los viejitos.
Sentía que la vida mía no valía nada, por eso me arriesgaba a todo. Me decía la gente que me iban
a matar pero era como que me dijeran “tome este plato de comida”, ya había tocado fondo, lo único
que me interesaba era buscar el dinero a como hubiera lugar para conseguir la droga.
La primera vez que caí en la cárcel me agarraron con 50 puros de marihuana. Estuve tres meses en
Cartago, fue muy triste, casi no recibí visitas, todo lo que viví en ese lugar fue muy duro, pero todo
apenas empezaba. Cuando salí de la cárcel, me sentía orgulloso de haber conocido el “Tabo”, según
yo, me sentía más poderoso, más hombre, fue algo tan estúpido, pero en ese momento en lugar de
reflexionar salí más malo, aunque por dentro sentía mucho dolor y pena conmigo mismo. Mi fama
se agrandó en todo Río Azul como vendedor y distribuidor de droga. Empecé a meter en el vicio a
todos los chamacos que conocía, les enseñaba cómo preparar la coca y envolver los cigarros de
marihuana, eso me servía a mí para mi negocio, más clientes, no me importaba el daño que le hacía
a ellos y a sus familiares.
Siempre, aún ganando mucho dinero con la droga, tenía que asaltar o robar, cuando se tiene el vicio
nunca es suficiente y la plata se hace agua, era tanta hambre que tenía que obligatoriamente tenía
que robar o quitarle a la gente lo que traía. Adopté el robo como un trabajo. A los narcos los llamaba
jefes, quienes muchas veces me dieron unas palizas porque me fumaba la droga y no tenía después
como pagarles, pero me las ingeniaba para seguir con ellos pagando con la misma distribución. Era
tan mala mi salud que mi jefe me dijo que ya no me daba más droga pues toda me la consumía, él
mismo me dijo: - mejor jale, pues usted no dura mucho, se va a morir y me sacaron del negocio.
Fue un duro golpe… ahora ¿qué hacía? Me refugié en el alcohol y la piedra, ya con eso tenía cuatro
vicios que mantener: cigarro, marihuana, piedra y alcohol y ni un colón para comprarlos. Era raro,
el vicio de las mujeres no lo tenía, pues no tenía tiempo ni para pensar en eso, mi único interés era
la droga. El flagelo más grande para mí era la piedra, es algo insaciable, no es como tener sed que
se quita tomando agua, la piedra te pide más y más y hay que hacer lo que sea para tenerla. Es tal
que lo lleva a un nivel que a uno no le importa el aspecto personal, yo no me bañaba, la gente no se
me acercaba por asco, el pelo lo llegué a tener por los hombros y lleno de piojos, pero a mí no me
importaba, ni me interesaba lo que pensaban de mí, ya era un indigente, ya no había algo peor,
estaba en el fondo.
Recuerdo un mes de junio en las fiestas de San Juan en Patarrá, ese día me pegué una borrachera
que no podía ni caminar. A como pude llegué al cuarto que tenía en Pueblo Nuevo y vi la puerta
abierta, de pronto salió alguien vestido de negro, que empezó a pegarme fuertísimo, fue tanto que
no se me veía la cara de sangre, abusó sexualmente de mí, yo no podía defenderme, estaba muy
ebrio. Después me tiró a un charral por la plaza y le prendió fuego al rancho. Luego me di cuenta
que le habían dicho que yo le había robado una marihuana y una grabadora, él buscó en mi cuarto
y al no encontrar nada, en su enojo me agredió. Pasé varios días en el hospital.
Él fue uno de mis “amigos”, se dio cuenta que yo no había hecho el robo y repetidamente me pedía
perdón. Él tenía miedo que yo tomara venganza, no niego que estuve a punto de mandarlo a otro
planeta pero como ya conocía la cárcel me dio miedo y no hice nada.
Después de eso me sentí como un gusano, para mí la vida no valía nada y solo quería morirme, el
vicio fue mi refugio y compañero. Como no tenía ya donde vivir me fui para Quebradas, donde me
recibió en su casa mi mejor amigo, que también tenía problemas con el vicio, como estaba más cerca
de las fincas me iba con ellos a coger café.
Un día decidí volver otra vez a Pueblo Nuevo. Casi llegando, un señor que vendía carne se me cruzó
en frente y sin saber por qué, me atacó, no me quedó más que defenderme y también le pegué.
Continúe caminado pero un amigo del señor salió con un machete, el cual me lo pegó en el cuello,
como puse las manos para cubrirme la cabeza me dio repetidamente en ellas. Ese día recibí 14
machetazos en varias partes de mi cuerpo. La gente que había alrededor gritaba y creían que ya
estaba muerto pues ni siquiera me movía, fue hasta que llegó el Poder Judicial y vieron que yo tenía
pulso, aún estaba vivo, ya después no recuerdo nada. Fue hasta en el hospital cuando desperté en
la unidad de cuidados intensivos, tenía un pulmón perforado y mi cuerpo parecía un trapo todo
remendado.
Duré dos semanas en el hospital, al salir vi de nuevo la realidad pero nunca pensé en Dios y menos
en la nueva oportunidad que me había dado, solo pensaba la forma que me iba a vengar. La ira y el
odio se apoderaron de mí, podía tener todos los requisitos que necesitaba una persona para matar
sin remordimiento. Apenas pude caminar busqué lo que tanto ocupaba: la droga.
Seguí haciéndome y haciendo daño, tomé la decisión de volver a Quebradas, cansado de todo esto,
quería buscarme un trabajo para cambiar un poco la vida que llevaba, ya me pesaba demasiado,
aún no entiendo cómo pude superar tanto y cargar tan gran peso.
Un día, tomándonos unos guaros a las orillas de una Iglesia evangélica que hay en Quebradas,
apareció un amigo que asiste a esa iglesia quien me invitó a un culto, no sé por qué pero acepté su
invitación. Me dio trabajo y empezó a hablarme de la Palabra de Dios. Poco a poco me fui acercando,
me sentía bien, sobre todo tranquilo, esto era como cuando uno tiene mucho calor y le ponen un
abanico que empieza uno a sentir sabroso. Estando ahí pensaba y recordaba todo lo que me había
sucedido, comparaba la vida de antes y la del momento y veía la gran diferencia.
No era fácil el cambio, pues el demonio no me quería soltar. Aun asistiendo a la iglesia, los vicios
existían en mí y sobre todo la gente que me quería hacer tropezar. En mi desesperación rogaba a
Dios que me sacara de esta esclavitud, yo le decía: - Señor yo no nací para llevar esta vida, tú me
mandaste para ser libre. Yo sabía que él me escuchaba pero no sabía cómo escucharlo a él.
Empecé a comprender que con Dios la cosas eran diferentes y solo él podía darme la paz que hace
muchos años buscaba. Fue en el año 1997 cuando tomé la decisión de dejar los vicios
definitivamente, le dije Señor: - Acá está mi carga ya no la quiero más, la cambio por tu cruz,
permíteme caminar contigo. Ese día el Señor tomó mi vida y yo se la di.
¡Mi vida era otra, la dignidad volvió a mí y con ella la salud y la felicidad!
Qué grande es mi Dios y que bueno, él sabía que me faltaba algo, alguien con quien compartir mi
felicidad y me premió sin merecerlo con una gran mujer: Marianela Alvarado, aún más con dos hijos,
¿qué más podía pedir yo? En un año Dios me dio todo lo que hoy es mi tesoro, hoy oramos juntos y
pedimos al Señor por todos los que están sumergidos en la esclavitud de los vicios.
Quise contarles esto para decirles a todos los que en este momento están en las drogas y quieren
dejarlas, que sí se puede, hay una salida, que Dios es misericordioso, solamente hay que dejarlo
entrar en nuestras vidas, porque él siempre está con nosotros y soy testigo de ello, en mis tiempos
difíciles nunca me abandonó y no me dejó morir.
Así como llevé gente al vicio, hoy puedo recomendarte a Jesucristo, el único que puede cambiarte
y darte la verdadera felicidad.
Hoy en día me dedico a que mis hijos tengan lo que nunca tuve, o lo que nunca supe que podía
tener. Ellos son mi orgullo, el verlos crecer tan sanos me alegra el corazón.
Gracias Dios por tu infinita misericordia.